PasaronVilama, el Zapaleri, los flamencos, los cerros morados, una feroz bajada por un camino en que sólo entraban 2 ruedas de la camioneta, Cusi-Cusi con su plaza poblada de llamas y un jefe comunal pedigüeno, hasta arribar, ya nuevamente sobre la RN40, al llamado Valle de la Luna jujeño. Sitio de enmudecedora belleza con rojos, naranjas, marrones y cremas en estado de ebullición, la verdad a no ser por la hora y por la incertidumbre sobre donde iba a terminar la jornada hubiera estado de pelos bajar a recorrerlo desde su interior.
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